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La paz milagrosa de Trump: ahora con sabor a Kremlin. (Opinión)

Hay cosas en la vida que ya sabemos como terminan. Si te ofrecen un “trabajo desde casa, ganando miles por semana”, es estafa. Si un político te dice “esta vez vamos a cambiar”, agárrate.

Y si Donald Trump aparece diciendo que logró un acuerdo de paz “histórico” con Putin… bueno, ahí directamente busca la billetera, porque seguro alguien ya te la sacó. ¿No es para tanto? Veamos. Lo lindo es que Trump vende este supuesto acuerdo como si fuese una especie de desodorante espiritual: lo rocías y ¡pum!, se acaban los misiles, los muertos y los quilombos geopolíticos. La humanidad agradecida, todos abrazados, y él en el centro, con la sonrisa de alguien que cree que acaba de reinventar la rueda.

Pero cuando lees lo que realmente propone, te das cuenta de que la rueda está firmada por Putin, ensamblada en China y repintada en Miami. ¡Trump no para ni el colectivo! El mundo lo ve como un verdadero payaso, y se ríen de él. El sarcasmo empieza solo: ¿desde cuándo Trump se volvió un monje tibetano obsesionado con la paz mundial? Porque el tipo vivió la vida como si fuera un videojuego de “aplastar al enemigo”.

Y de repente, ahora, nos quiere convencer de que tiene una iluminación diplomática. Claro, sí, y yo mañana soy astronauta de la NASA. Pero vamos al plan, que es donde se pone realmente divertido. Entre líneas, pareciera decir lo siguiente: “Ucrania, mi amor, ¿qué te cuesta regalarle unas tierritas a Putin?

Él las quiere desde hace años. Pórtate bien. Haz un esfuerzo. Piensa en la paz”. Todo dicho con ese tono paternalista de tío borracho que te explica cómo manejar tus problemas, mientras él no puede ni atarse los cordones.

Literalmente, Trump apenas se mantiene despierto y a veces se duerme parado, como los caballos. Y ojo, porque el plan no solo huele a vodka barato: también viene con vocabulario sospechoso. Hay frases que no suenan a inglés nativo; suenan a inglés de traductor automático ruso. Casi que falta que aparezca al final un “enviado desde mi iPhone (modelo confiscado en Kiev)”.

Si esto fuera una película, aparece un cosaco de fondo tocando la balalaika mientras Trump sonríe como si hubiera descubierto la paz mundial entre rounds de golf. Hasta su sonrisa da ganas de vomitar.

Y mientras tanto, los ucranianos ¡pobres! mirando todo esto como quien ve que dos tipos están negociando por su casa sin invitarlos a la reunión. Trump y Putin jugando al póker con un país entero como si fuera fichas del casino. ¿Y Ucrania? En la mesa, atada a la silla y sin permiso para hablar. La democracia moderna, amigos. Dos rematados tratando de

quedarse con el pan y la torta. Pero hay más. Trump dice que Putin aceptaría algo así como garantías de seguridad “tipo OTAN” para Ucrania. Claro, sí, como no. Putin que ofrece seguridad a Ucrania es como un pirómano ofreciendo cursos de prevención de incendios. Una contradicción tan grande que solo puede salir de un guion de Netflix… o de la vida real, que últimamente compite muy bien con las series de ficción.

Y acá viene lo mejor: ni siquiera Putin está convencido de este plan. O sea, el borrador parece escrito por él y para él, con sus aspiraciones, sus caprichos, sus límites, sus antojos… y aun así dice “mmm… no sé, habría que verlo”.

El nivel de caradurez es tan alto que ya no mide en la escala humana, mide en rublos. Mientras tanto, Trump sigue de gira como vendedor ambulante en una playa: “¡Gente, paz fresquita, recién salida del horno! ¡Aprovechen que es oferta del día!”.

Pero la letra chica dice: “la paz puede venir con anexiones, renuncias y pérdida de soberanía; no incluye devoluciones ni garantías”. Y claro, muchos europeos y ucranianos lo miran con cara de “¿en serio?”. Porque ya saben cómo funciona este jueguito: a los países chicos siempre les toca bailar con la más fea. Los grandes se reparten el tablero, se felicitan entre ellos, y después mandan un comunicado diciendo que “avanzaron en la resolución del conflicto”. Traducción: “hicimos lo que se nos da las ganas y ustedes ¡al carajo!”.

Lo más sarcástico de todo es que este plan se presenta como “el camino al fin de la guerra”, cuando en realidad parece más bien el camino al freezer: congelar el conflicto para que nadie gane, nadie pierda, pero uno bien vestido de naranja bronceado pueda decir “I did it”. Trump no quiere paz; quiere crédito. Esa es su verdadera religión. ¡Pobre payaso del Circo Moscú!

En el fondo, el gran drama es ese: la paz no es paz si está escrita para beneficiar al que invadió y presionar al que fue invadido. No es paz, es márquetin. No es negociación, es teatro.

Y no es un acuerdo histórico, es un acuerdo histérico, de esos que terminan generando más problemas que soluciones. Así que sí, celebremos el concepto de paz. Pero no seamos ingenuos. Si de un lado está un tipo que ve el mundo como un

casino y del otro uno que lo ve como un imperio que hay que reconstruir, ¿qué clase de paz podemos esperar? Una paz que en el fondo no es más que un trato entre dos egos gigantes a costa de millones. Porque al final del día, cuando los discursos se apagan y las cámaras se van, la pregunta sigue siendo la

misma: ¿es esto paz de verdad? ¿O simplemente es otro truco de magia barato para que aplaudamos sin mirar la mano que mueve los hilos?

Escribe Vicente Oscar Scali