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Un peligroso hombre enfermo en la Casa Blanca. (Opinión)

Jørn Utzon’s Sydney Opera House, and the Harbour Bridge, two of Sydney’s most famous landmarks, taken at dusk. The Sydney Opera House is one of the most iconic buildings built in the 20th century (1973) and is UNESCO’s world heritage.

Un peligroso hombre enfermo en la Casa Blanca

Trump siempre me produjo una mezcla rara de desconcierto y aburrimiento, como esos simuladores que hablan fuerte, agitan mucho y parecen convencidos de que el mundo funciona a fuerza de matones gritando como marranos constipados. No porque sea original, sino porque repite una vieja receta: exagerar, provocar, tensar la cuerda y después mirar quien se anima a decir que el rey está desnudo.

En su paso por la Casa Blanca, y aún después, dejó claro que no cree demasiado en las formas, ni en los silencios necesarios, ni en esa idea un poco aburrida pero fundamental de que el poder también tiene límites. Nació en una cuna de oro, creció con arrogancia y pensando que con dinero se hace todo. Por ende, busca siempre satisfacer su ego y expresa una cantidad de decaimientos mentales. No habla, escribe ni razona como una persona inteligente, pero no hace otra cosa que tirarse flores a el mismo, mientras que la gran masa de bobos continúa pensando que fue mandado por Dios. ¡Y bueno, hay de todo en la viña del señor!

No es un invento ni una exageración decir que tuvo problemas serios con la justicia. Nunca un expresidente de Estados Unidos había sido condenado penalmente, y eso ya dice bastante. No se trata de simpatías o antipatías, sino de hechos: jueces, jurados, causas, documentos, procesos. Tampoco alcanza con decir “es persecución política” y listo, porque la realidad suele ser más incómoda que los eslóganes. Al mismo tiempo, reducir todo Trump a la palabra “criminal” es una simplificación que tranquiliza conciencias, pero no explica nada.

La historia, casi siempre, es más turbia y gris. No, no defiendo lo indefensible, solo busco que la verdad se manifieste, porque no se trata de ser pro o anti-Trump, de derecha o de izquierda, solo tratar de no ser fanático y paralizar el cerebro. Algunos me acusaron de ser anti-Trump y dedicarme solo a criticar sus pasos, pero hoy el mundo no es igual que hace diez años, cuando sin tener bola de cristal me veía venir el desastre actual por la maldad de un hombre sin empatía ni suficiente amor como para compartir una sola humanidad con el resto del mundo.

¿Quién de los que me criticaron puede decirme que estaba equivocado? ¿O todavía sigue como el avestruz con la cabeza escondida? Sigamos con ese hombre sin escrúpulos…Después está su manera de hablar, de escribir, de largar frases como si fueran piedras al agua. A veces parece que no mide consecuencias, otras veces queda claro que sí, que el desorden también puede ser una estrategia, porque así hacen los hijos de trabajadoras ordinarias. Decir cualquier cosa, contradecirse, exagerar, insultar, prometer lo imposible. No siempre es ilegal, pero sí corrosivo. Va desgastando la idea de que las instituciones merecen respeto, que la verdad importa, que no todo vale. Y eso, a largo plazo, termina siendo más peligroso que un delito puntual ¿Y quién paga los platos rotos? Los de siempre, usted y yo.

Con Venezuela pasa algo parecido. Decir que “quiere robar el petróleo” suena fuerte, casi cinematográfico y en América Latina tenemos memoria larga para esas cosas. En los hechos no hubo barcos llevándose crudo, pero sí sanciones durísimas, presiones económicas y un discurso que reduce países enteros a lo que producen. No es saqueo clásico, es geopolítica moderna: asfixiar, condicionar, esperar que la otra ceda o caiga. Menos épico, igual de cruel. 
 
Lo que más inquieta de Trump, más allá de sus causas judiciales o de sus exabruptos, es lo que habilitó. La idea de que se puede perder una elección y no aceptarla, que los jueces
son enemigos si no fallan a favor o que la prensa miente por definición. No inventó esas cosas, pero las volvió normales. Y cuando lo anormal se vuelve costumbre, algo se rompe por dentro, aunque no siempre se note de inmediato.
 
Al final, Trump no es un loco suelto ni un genio incomprendido. Es el síntoma de una época cansada, enojada, desconfiada, que busca respuestas simples a problemas complejos.
Lo mismo pasó en Argentina y Brasil, la gente sufre; y como todo síntoma, incomoda porque nos obliga a mirarnos un poco al espejo. Porque el problema no es solo Trump. El problema no es solo Milei o Bolsonaro; es el mundo que los escucha, los aplaude, pero no termina de aprender nada, porque el fanatismo es una enfermedad mental que paraliza el cerebro. El problema es, la maldad y avaricia del 1% de la población mundial y de las marionetas que obedecen a los hilitos del amo.
 
Escribe Vicente Oscar Scali*
*Vicente Oscar Scali, argentino