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Mientras escribo esta columna se está realizando el juicio político que la oposición ecuatoriana ha montado contra el presidente Guillermo Lasso por el presunto delito de peculado. Tanto las pruebas como el supuesto delito son bastante contradictorias, lo que no lo pone a salvo de una posible destitución. El sistema político ecuatoriano es “antropófago” y algunas veces termina devorando a lo mejor de sus hombres.
Para destituirlo bastaría con que 92 de los 125 congresistas votaran a favor, lo que en la práctica no es muy difícil y convertirían a Lasso en el cuarto presidente ecuatoriano destituido en los 23 años que tiene este travieso siglo XXI. Los anteriores “agraciados” fueron Jamil Mahuad, Lucio Gutiérrez y Abdalá Bucaram, este último un payaso bailarín que después de su destitución fue a gastarse la fortuna, sustraída al presupuesto nacional, en el paraíso fiscal de Panamá, puerto adónde van a recalar la mayoría de los fondos robados a las enclenques democracias latinoamericanas…, claro, cuando Miami nos da su beneplácito.
Lasso no es culpable de los cargos que le imputan, eso me anticipo a señalarlo, sin tener ningún tipo de afinidad política o personal con él. Sin haber leído la constitución política ecuatoriana pero sí la totalidad del escrito de acusación se ve que su juicio obedece más a causas que tienen que ver con los intereses de ciertas elites económicas ecuatorianas contrarias a su gestión, elites a la cual él mismo pertenece como banquero reconocido y principal accionista de uno de los más… Sigue leyendo