Terminados los festejos por el triunfo de Donald Trump 2.0 y su juramentación del cargo, ha llegado el momento de enfocarnos en la realidad. No hay duda de que los años que se avecinan serán de vértigo.
De los sucesos que llamaron mi atención en la ceremonia merece destacarse la ausencia ―voluntaria o forzosa― de Bill Gates, uno de los multimillonarios que debía estar acompañando a los que sí fueron invitados. Su distancia con Trump habría que estudiarla desde aspectos puntuales y no carentes de su lado oscuro.
Ocupado desde hace algún tiempo en mejorar su propia imagen como la del multimillonario bueno que, después de todo, hace obras benéficas y filantrópicas, su papel, antes y después de la pandemia del coronavirus, dejó una cicatriz profunda en su apariencia de “muchacho bueno”.
Los hilos que se tejieron en las redes sociales acusándolo de ser el causante en la sombra de la pandemia que tenía por objeto la disminución de la población mundial y la venta de ciertas vacunas financiadas con su inagotable fortuna, todavía inundan esas redes sociales.
Hoy ―a sus 70 años―, ha lanzado un nuevo libro basado en su infancia titulado “Código Fuente”, una memoria de sus primeros años antes de que abandonara Harvard y fundara Microsoft. Pero antes, hace un par de años, había filmado para-Netflix una serie que, si no estoy equivocado, ya va en la segunda parte. Vi la primera y no creo que vea la segunda ni que tampoco lea su libro. Prefiero que sean los hechos los que terminen de moldear mi opinión sobre este personaje.
Pero vayamos a su no-relación con al actual inquilino de la Casa Blanca y su no-asistencia a su posesión. Ni lo primero es cierto ni de lo segundo estoy seguro. Los dos magnates sí que tienen una relación personal, aunque no muy fluida. Sin ir muy lejos, una vez Bill Gates supo de su triunfo electoral, promovió un encuentro en Mar-a-Lago en el que los dos compartieron una larga charla. En ella, supongo, el bueno de Billy pudo explicarle la razón por la cual había apoyado a su rival, Kamala Harris con la friolera de 50 millones de dólares y no a él. Respecto a lo segundo, en ninguna de las imágenes de la ceremonia de juramentación que pasaron por la TV apareció su imagen. Mi teoría es que no asistió. Y si no asistió, seguramente fue porque no lo invitaron. Y punto.
Ese esfuerzo del bueno de Billy por aparecer en sus propias filmaciones como un filántropo de bien no calza del todo con la realidad. Hace treinta años Gates creó el modelo del multimillonario tecnológico desafiante. En la década de los 90s Microsoft proporcionaba el sistema operativo para las computadoras personales de todos los hogares y
oficinas y la empresa tenía grandes planes para una cosa nueva a la que llamaban “la red”. Gates y su empresa eran vistos como poderosos, despiadados y omnipresentes. Silicón Valley estaba aterrorizado e incluso los reguladores se alarmaron y demandaron a Microsoft.
El sentimiento anti-Microsoft en la cultura popular alcanzó su punto máximo con “Conspiración en la red”, una película de 2001 sobre un director ejecutivo de una empresa tecnológica que asesina personas en su búsqueda de la dominación mundial. Los críticos de la época destacaron las alusiones a Gates que, en algunos pasajes, se parecían.
Con su exesposa crearon en 2000 la Fundación Bill y Melinda Gates para, aparentemente, llevar agua potable a las regiones más apartadas del África. Hoy el agua no ha llegado a tales regiones y por el contrario, sus gentes se quejan del modelo agrario que los Gates impulsaron, en deterioro de los suelos nativos. Ese fracaso y su divorcio de Melinda en 2021 supuso un duro revés a su ya disminuida reputación, previamente golpeada por su nunca bien aclarada relación con el financiero, caído en desgracia, Jeffrey Epstein.
Por lo que vemos, estamos ante un personaje que, muy seguramente, no disfrutará de la vertiginosa y muy próspera agenda (para los multimillonarios) del gobierno Trump 2.0. Y yo tampoco veré sus candorosas series.
Coletilla: Los seres humanos no nacen siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.