
Los que han tenido el privilegio de vivir durante este primer cuarto de siglo en Brasil tendrán la posibilidad de narrar a sus nietos una historia que, dadas sus características, tiene muchas similitudes a las que se leen en los libros de fábulas, con moraleja incluida.
La historia comenzaría con los sueños de un humilde mecánico industrial, obrero de una planta metalúrgica, sin ningún título universitario y con una infancia durísima, que quiere llegar a la presidencia de la república de su país.
Es la historia de Luis Inácio Lula da Silva y, en su caso, ese sueño se convirtió en realidad, no una, sino tres veces. Durante su largo recorrido tuvo que encarar grandes desafíos, desde 580 días de prisión por cargos que le imputó un juez venial, hasta quebrantos de salud que lo tuvieron en un par de ocasiones al borde de la muerte.
El contendor de este moderno David bíblico sería el temible gigante filisteo Goliat, personificado en la figura de Jair Messias Bolsonaro (sí, no es un error, su segundo nombre es Messias, tal como está escrito), ex militar egresado de la Academia Las Águilas Negras de la ciudad de Resende, Estado de Río de Janeiro.
La historia de «David contra Goliat» ha adquirido un significado extendido, denotando la competencia entre un oponente pequeño débil y pequeño que se enfrenta a un adversario mucho más grande y fuerte. Esta parece ser la base de nuestra fábula.
El 12 de julio de 2017 Lula fue condenado por el juez Sérgio Moro a nueve años y seis meses de prisión, por su presunta participación en el caso Lava Jato relacionado con sobornos a políticos y empresarios usando recursos de la empresa Petrobras. Según el juez Sérgio Moro, Lula habría recibido 8 millones de dólares entre pagos por conferencias, viajes y regalos. Lula negó esas imputaciones y estuvo 580 días encarcelado e imposibilitado de presentarse a las elecciones presidenciales de 2018, las que ganó Jair Bolsonaro, quien inmediatamente nombró al juez Moro como su Ministro de Justicia.
La cacería a los aliados de Lula se extendió a todos los sectores y se llevó por delante la presidencia de Dilma Rousseff, sucesora de Lula y principal aliada política quien tuvo que renunciar a su segundo mandato por cargos políticos nunca bien definidos.
En ese punto, el camino para un segundo mandato de Bolsonaro ―que debería comenzar en enero de 2022―, parecía “pan comido”. Hasta que en 2021 el Tribunal Supremo de Brasil anuló la sentencia a Lula por parcialidad del magistrado del caso, es decir, por conducta impropia del ahora flamante Ministro de Justicia, el “implacable” juez Moro.
Adicionalmente, el Comité de Derechos Humanos de la ONU sentenció que la investigación y el enjuiciamiento del expresidente habían violado su derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial, su derecho a la privacidad y todos sus demás derechos políticos. La trampa para eliminarlo políticamente fracasó.
Ya fuera de la cárcel y libre de toda persecución judicial, se lanzó a la candidatura presidencial para derrotar a Bolsonaro en una elección que resultó histórica para Lula y vergonzosa para Bolsonaro, que no aceptó su derrota y encabezó un intento de Golpe de Estado, secundado por otros militares que lo acompañaron, como sus más fervientes aliados, durante su desafiante gobierno.
Hubo señales públicas y complots secretos para revertir el fallo de las urnas ―dijeron los jueces―. Un documento planteaba ignorar las elecciones y declarar el Estado de Sitio y un plan impreso preveía, incluso, asesinar al presidente electo, su vicepresidente y un juez, con balas o veneno.
El Supremo Tribunal Federal, la mayor corte brasileña, decidió el jueves 11 de septiembre, por una mayoría de cuatro jueces de cinco, que Bolsonaro era culpable de intento de golpe de Estado y otros delitos. Las pruebas de que existió una conspiración en Brasil para quebrar la mayor democracia de América Latina, llevaron a la justicia del país a condenar al expresidente Bolsonaro a 27 años y tres meses de prisión. Sus cómplices militares recibieron penas parecidas.
Entre las imágenes que permanecerán por más años en el imaginario popular brasileño, estarán la cara de asombro del ahora condenado Bolsonaro, cuando conoció su sentencia, y la de los millares de tumbas abiertas en medio de la selva por una retroexcavadora, para enterrar a las víctimas de la pandemia por Covid19 a quienes el gobierno del hoy condenado expresidente les negó la vacuna porque nunca confió en sus efectos.
Será una buena historia para entretener a los nietos.
Coletilla: La vida es una obra de teatro que no permite ensayos.