
Gabriel Taborda eminen51@yahoo.com
En 2012 ―hace exactamente trece años―, Álvaro Uribe Vélez, en la cúspide de su popularidad como expresidente, actuando como Senador de la República, opción a la que se acogió inéditamente para continuar influyendo desde el Congreso en la escena política colombiana y con el respaldo de un sucesor en la presidencia, seleccionado por él mismo ―Juan Manuel Santos―, denunció a su colega y principal oponente en el Senado, Iván Cepeda Castro por, aparentemente, tratar de injuriarlo en el recinto parlamentario.
Como era de esperarse, en un país subyugado por la propaganda de los medios de comunicación propiedad de los grupos económicos más influyentes del país y afines al caudillo de la extrema derecha, la demanda prosperó y mantuvo encartado al Senador Cepeda Castro durante seis largos años.
Hasta 2018 cuando la Corte Suprema de Justicia, en un giro del todo sorprendente y espectacular, halló pruebas suficientes para abrir una investigación, esta vez contra Álvaro Uribe Vélez por presunta manipulación de testigos en el caso, es decir, por tratar de fraguar un plan contra Cepeda Castro para eliminarlo judicialmente, allanando el camino para que su partido, el Centro Democrático, se apoderara totalmente del escenario político colombiano.
El juicio llego a su fin este viernes 1 de agosto cuando una valiente juez, la doctora Sandra Liliana Heredia, venciendo un alud de amenazas contra su vida y la de los suyos ―hechos muy comunes en los procesos que enfrenta el expresidente―, le dictó una sentencia a 12 años de prisión domiciliaria y al pago de una suma superior a los US$800mil dólares.
Esta causa ha sido tan solo una de las tantas que enfrenta el polémico expresidente, entre las que se destacan 28 procesos abiertos en la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia pendientes de resolución y más de 180 denuncias que abarcan desde acusaciones por nexos con grupos paramilitares, responsabilidad en homicidios y masacres, hasta espionaje y manipulación de testigos.
Llama mucho la atención que, durante este juicio, que lo tiene ahora condenado y privado de su libertad, algunos de quienes testificaron a su favor fueran personas con un reconocido record delictivo incluidos secuestradores, como Enrique Pardo Hasche, (condenado a 29 años de prisión por el secuestro del suegro del expresidente Andrés Pastrana), su hermano Santiago Uribe Vélez, enjuiciado por la creación de la banda criminal Los Doce Apóstoles que asesinó y desapareció a múltiples labriegos en el Bajo Cauca antioqueño, su primo Mario Uribe, condenado en 2011 a siete años de prisión por sus alianzas con narcoparamilitares, Andrés Felipe Arias, también conocido como
“Uribito”, condenado a 17 años de prisión por corrupción desde su ministerio durante el gobierno Uribe y así otros más. Entre su equipo de defensores figuraba un oscuro abogado de nombre Diego Javier Cadena Ramírez quien se hace llamar, a sí mismo, “aboganster”, también procesado en este mismo juicio que condenó a Uribe Vélez.
Hace 25 años ― ¡cómo pasa el tiempo!―, cuando mis columnas en este mismo semanario comenzaron a enfocarse en la figura del doctor Álvaro Uribe Vélez, recién comenzando su carrera hacia la presidencia de Colombia, algunas de las más influyentes personalidades de Palm Beach, como los nunca olvidados Francisco Tabernilla Palmero, ex general del ejército cubano (Qepd), Armando Acosta (Qepd), influyente líder social y político del exilio cubano, Ernesto Priede, dirigente de la industria azucarera de la región y muchos otros más, me llamaban amistosamente para discrepar de mis opiniones.
Y era que, desde aquel entonces, los prismas personales del hoy condenado expresidente llamaban mucho mi atención ya que presentaban lados oscuros, sombras nunca aclaradas con la funesta figura del mayor narcotraficante colombiano, Pablo Escobar Gaviria; vínculos con militares acusados de genocidio como Rito Alejo del Rio; relaciones con políticos inescrupulosos, como Alberto Santofimio Botero, es decir, toda una legión de misteriosos y funestos personajes que no podían tener cabida en la órbita de alguien llamado a dirigir los designios de un país como Colombia, inmovilizado por el miedo a la guerrilla y secuestrado por el poder del narcotráfico. No era una opción hacer apuestas por el Diablo.
Así se lo hacía saber, en aquel tiempo, a mis fraternos amigos a quienes, tal vez, los pormenores de este proceso, los hubiera convencido de la validez de mis fundamentos. Hoy, la condena a Uribe significa que en Colombia no hay lugar para la impunidad, ni de los poderosos ni de los criminales; significa que la justicia llega, aunque demore y que no se puede acusar a alguien, siendo inocente, sin que medie consecuencia alguna.
Coletilla: El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes.
Gabriel Taborda eminen51@yahoo.com