Haití y República Dominicana están de pelea. Estábamos acostumbrados en esta columna a registrar los conflictos de todo orden por los que atraviesa Haití desde hace décadas, pero hasta el presente nunca habíamos escrito sobre conflictos ―aparentes o reales―, entre este par de hermanas siamesas que comparten un mismo cuerpo, pero no lengua ni costumbres.
La Española, nombre con el cual fue bautizada esta isla por Cristóbal Colón tras su descubrimiento en 1492, alberga estos dos países, tan cercanos en lo físico como alejados en su progreso y bienestar.
República Dominicana ocupa 48mil Km2 de esta isla y cuenta con una población de 10 millones de habitantes. Haití en cambio ocupa los 27mil Km2 restantes y cuenta 12 millones de habitantes, es decir que, en el 36% del territorio de la isla, “mete” al 64% de su densidad, por Km2, algo que considero la fuente de la que manan casi todos sus problemas.
República Dominicana es la séptima economía más grande de América Latina y la primera de América Central y el Caribe (Fondo Monetario Internacional, 2019). El país ha disfrutado de un fuerte crecimiento económico en las últimas décadas impulsado principalmente por una rápida acumulación de capital y consumo privado. Haití, en cambio, es la nación más pauperizada del mundo occidental y sus problemas de gobernanza, pobreza e inseguridad, la convierten, sin atenuantes, en un Estado Fallido. No se explica cómo las instituciones internacionales, cada que se nombra Haití, voltean a mirar para otro lado, como si no existiera.
Pero como toda hermana menor, su altanería no conoce de límites. Los dos países comparten las aguas del Rio Masacre que, a la vez, les sirve de límite fronterizo y la hermana menor ―o mejor dicho, un pequeño grupo de empresarios haitianos, desvergonzados) se ha empeñado en “canalizar” sus aguas hacia el interior del país para aprovecharlas en sus propios cultivos, que son idealmente de arroz. Entonces, sobrevino la debacle.
Dominicana, explicablemente, ha protestado ante el gobierno interino haitiano y su cancillería solicitó, con corrección diplomática, poner fin a la construcción de ese canal que enviaría las aguas hacia el lado haitiano. (Nótese que digo “gobierno interino” porque desde el asesinato del presidente Jovenel Moise por mercenarios colombianos, hace ya más de dos años, el gobierno ha estado en manos de un sucesor “indigno” llamado Ariel Henry).
Como el “indigno” presidente interino ha dado muestras de desconocer las protestas del lado dominicano ―algo que se explica por los vínculos
que mantiene su gobierno con esa minúscula casta de empresarios desvergonzados que ya mencioné anteriormente―, el presidente dominicano Luis Abinader ha decidido cerrar las fronteras terrestres, marítimas y aéreas entre ambos países y cesar también todo intercambio comercial, lo que disparó las alarmas de los que se alimentan de las desgracias del pueblo haitiano. (Que los hay en ambos lados de ese minúsculo charco de agua que los haitianos llaman Rio Masacre y los dominicanos Dajabón, tan escaso de aguas que en algunos de los once kilómetros de frontera que delimita, hay sitios que se pueden atravesar a pie, sin que el agua alcance el nivel de las rodillas. De allí lo precioso que debe resultar el vital líquido para los empresarios sinvergüenzas de ambos lados del rio).
Esas élites corruptas de ambos lados del pequeño charco de agua, con miembros vinculados al tráfico de armas, financiamiento y control de bandas criminales que asesinan, violan mujeres y secuestran nacionales y extranjeros, vienen presionando internacionalmente para conseguir una rápida solución a lo que ellos denominan “el pequeño impasse”. Y, ¡oh sorpresa!, funcionarios de algunas instituciones occidentales ya le han puesto el ojo al problema. Y no para solucionarlo, aventuraría yo, sino más bien para sacar partido de ese “pequeño impasse”. Como ha sido siempre y seguirá siendo, con los problemas de Haití. No demora en llegar el FMI y el Banco Mundial a pavonearse por el país y proponer privatizar las aguas del pequeño rio. Les gustan las catástrofes y creen justificarse con el fracaso.
Coletilla: Y si acaso nos quedan dudas sobre el oportunismo de las decadentes instituciones de occidente ―”oxidente”, diría yo―, tan solo miremos hacia el centro de Europa, hacia Ucrania…
Gabriel Taborda eminen51@yahoo.com