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No me explico la razón por la cual quienes nos dedicamos a escribir periódicamente ―en el sentido estricto de la palabra, es decir, en los periódicos―, tenemos que registrar una y otra vez los exabruptos impunes de los sátrapas sudamericanos sin que, para nada, el peso de la ley logre alcanzarlos.

En el caso de Daniel Ortega, su histórica hegemonía frente al gobierno de Nicaragua no tiene comparación en la larga novela de las dictaduras hispanoamericanas y muy pocas a nivel mundial. Baste con decir que al completar su quinto periodo presidencial consecutivo, para el cual se hizo reelegir en noviembre de 2021mediante unas elecciones bastante dudosas, habrá permanecido en el poder la friolera de 25 años y 315 días, solo superado por los difuntos Fidel Castro, en Cuba y Alfredo Stroessner en Paraguay.

La larga permanencia en el poder de este repulsivo sátrapa caribeño tiene pocas explicaciones legítimas pero en cambio muchas razones “practicas” y ellas van desde el beneplácito del Departamento de Estado (de los EEUU) que le permite zanjar sus intereses regionales con un desvencijado dictadorzuelo de segunda (sin necesidad de estacionar la Quinta Flota frente a sus costas) y de esa manera garantizar el buen rumbo de las cuantiosas inversiones norteamericanas en el país, a la par que garantizar la permanencia de sus bases militares en ese territorio.

Lo inexplicable corre por cuenta de ese inoperante organismo regional llamado OEA creado en 1948 en Bogotá (Colombia) en momentos que esa capital ardía en llamas tras el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, virtual futuro presidente. Esa corporación, que tiene bajo su mandato “la preservación de la democracia, los derechos humanos y la seguridad y el desarrollo de sus 70 Estados miembros”, ha mantenido una ceguera crónica con todo lo que tiene que ver con Ortega y continúa ciega, después de sus últimas atrocidades.

Como decía al principio, al periodismo no le queda más remedio que publicar y denunciar los atropellos contra la democracia, que a diario ocurren en países como Nicaragua y esperar que alguna acción contra los culpables sea impulsada por quienes están obligados a promoverla.

En esa misma dirección, la influyente corresponsal del New York Times Frances Robles ―que cubre Centroamérica y el Caribe desde hace más de veinte años―, publicó la semana pasada una interesante crónica denunciando lo mismo que venimos haciendo en esta columna desde hace ya varios años. Cito a Frances Robles:

“Se ha dado una paradoja fascinante, tanta gente se ha ido de Nicaragua que esto ha beneficiado al régimen de Daniel Ortega. Los datos de la

Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos muestran que desde 2021 han entrado al país unos 350.000 nicaragüenses, aproximadamente el 5 por ciento de la población total del país centroamericano.

En mayo del presente año, en nuestra columna “¿Quién le teme a Ortega?” denunciábamos cómo “en un acto sin precedentes, Ortega decidió expulsar del país y privar de su nacionalidad a más de 300 opositores políticos a quienes también les confiscaron sus propiedades. Entre los desterrados se encontraban poetas, hombres de negocios, periodistas, escritores y dos excandidatos presidenciales, Juan Sebastián Chamorro y Félix Maradiaga”.

No es coincidencia que este influyente medio llame la atención sobre las expulsiones y las confiscaciones de propiedades a los disidentes de ese repulsivo régimen, como tampoco es coincidencia que escriba: Hace unas semanas el gobierno de Ortega empezó a confiscar las propiedades de los más de 300 exprisioneros políticos y disidentes a los que a principios de este año desterró y privó de su nacionalidad. Va a ser un largo camino para que vuelvan a ver sus propiedades nuevamente”.

Cuando asumió el gobierno del país en 1979, el sandinismo había incautado muchas propiedades que estaban bajo el control de la dictadura de los Somoza. La gente lo consideró legítimo porque el régimen de Somoza era visto como corrupto. La tierra se redistribuyó a los campesinos con programas de reforma agraria. Pero luego los sandinistas empezaron a quedarse con las casas de cualquiera que se fuera al exilio. Miles de personas han perdido así sus hogares ante la ceguera de la OEA… y también del Departamento de Estado.

Coletilla: Usted coge a un revolucionario de izquierda, le da dinero y poder y se corrompe peor que un derechista de toda la vida porque entra en contacto con lo que nunca ha tenido.

Gabriel Taborda                                                                                                                                                                        eminen51@yahoo.com

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