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Seamos francos. Los días de Maduro en la presidencia de Venezuela, están contados. Se quedó sin opciones. Nadie quiere ―ni puede― tirarle un cabo de donde pueda agarrarse y su destino más seguro, si no aprovecha las últimas oportunidades que le quedan, serán una fría celda en una cárcel norteamericana o, por qué no, la muerte: al fin y al cabo hay una recompensa de 50millones de dólares por su cabeza. No tiene otra opción que desaparecer del foco internacional ―algo que ya está ocurriendo― y buscar un exilio dorado en algún país que esté dispuesto a proporcionárselo. Cuba o Rusia.
Cuba tal vez no; allí, por estos días, no encontraría nada. Mejor Rusia ―la exuberante Rusia―. Allí sí tendrá oportunidad de gastar la incalculable fortuna que ha logrado expoliar, durante todos estos años de pantomima insufrible, a un pueblo inexplicablemente permisivo, retraído, como ausente de todo cuanto le está ocurriendo. Tanto que millones han preferido dejar el país a pie y sin equipaje, sin norte y sin destino, antes que levantarse en franca oposición contra un régimen que los oprime.
Las caravanas de familias, con mujeres embarazadas y chiquitos apenas aprendiendo a caminar, aún se ven por las carreteras de Colombia, Ecuador, Perú y Chile. De un tiempo para acá, las caravanas se ven en ambos sentidos: los que apenas van y los que ya marchan de regreso. En ambos casos, la imagen es la misma: la cara del pesimismo, de la desesperación, del anhelo por hallar un lugar donde pasar la noche y alimentar a sus críos para, al día siguiente, continuar hacia adelante, hacia ninguna parte en especial.
Mientras este drama ocurre, Maduro y el grupo de sinvergüenzas que lo rodean continúan su show diario ante las cámaras de televisión. Maduro exhibiendo un grotesco anillo de oro con una escandalosa esmeralda en su dedo meñique, gesticulando y hablando en un lenguaje pomposo e incongruente, arrastrando las silabás de cada palabra ―como si con ello imprimiera algo de veracidad a sus palabras―, promete el Armagedón a las tropas estadounidenses “si se atreven a poner un pie en Venezuela”. En privado, envía mensajes desesperados a Trump ofreciéndole todas las riquezas del país si le permite “un par de años más para preparar su dimisión”. Solo un ser tan despreciable como él puede alcanzar tal grado de desvergüenza. La respuesta, por supuesto, ha sido un no rotundo y en cambio un sí,… más presión.
A su lado ―como figuras de cera torpemente talladas―, el extravagante clan de incondicionales sigue el discurso de su obeso jefe. Allí están su Ministro de Defensa, Vladimiro Padrino, su pecho claveteado por medallas y condecoraciones por quién sabe cuántos actos heroicos en cuál campo de batalla: su flamante Ministra del Poder Popular de Economía y Finanzas Delcy Rodríguez luce como la encargada de los cafecitos para el jefe y sus invitados. Así, el resto de los participantes de esta opereta vulgar van desfilando, uno a uno: el Ministro del Poder Popular para Ciencia Tecnología e Innovación, el Ministro del Poder Popular para la Comunicación y la Información, el Ministro del Poder Popular para Vivienda y Hábitat, etc. etc. Si no fuera porque la realidad es tan trágica, esta sería una de las mejores operetas que se hayan puesto en escena.
Esto en cuanto al “oficialismo”. Del lado de la “oposición” se desarrolla una trama un poco más siniestra. Su más visible representante, la recientemente galardonada con el Premio Nobel de la Paz, María Corina Machado, ha publicado un alegre manifiesto dando por sentado el derrocamiento de Maduro y su “casi seguro” nombramiento como presidenta encargada. Como él ha ofrecido a Trump el ingreso total a las riquezas petroleras y auríferas de la nación a cambio del derrocamiento del “tirano”. Hace poco, antes de su cuestionado galardón, llamó a Benjamín Netanyahu y le hizo las mismas propuestas a cambio de que la ayudara para un cambio de régimen en su país. Aun no se sabe cuál fue su respuesta.
Como vemos, la que un día fue llamada “La Maldición de los recursos” o “La Paradoja de la Abundancia”, sigue acechando a Venezuela, el país con las más grandes reservas petrolíferas en el mundo. En medio de esta realidad volvemos a poner los ojos en el pueblo venezolano, en aquellas familias que deambulan por todo el Cono Sur mendigando un trozo de pan y un lugar donde pasar la noche. ¿Será verdad que un cambio de régimen aliviará su trágica situación?
Coletilla: Un pueblo de borregos acaba engendrando un gobierno de lobos.














