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Como era de esperarse, el actual presidente y candidato a la reelección Nayib Bukele resultó ganador de la contienda electoral realizada el pasado domingo 4 de febrero en la república de El Salvador. Ninguna sorpresa.

Para quienes tienen dificultad para ubicar a El Salvador ―muchas personas han escuchado el nombre, pero no tantas saben dónde queda―, les recordaré que es un pequeño, ―pero no poco importante― país de América Central situado en el litoral del océano Pacífico con una extensión territorial de 21.041 km² y una población estimada en 6.900.000 habitantes. Por su extensión y densidad, es el país más poblado del continente americano, a pesar de su insignificante tamaño.

Tiene la singularidad de poseer un presidente que logró poner tras las rejas a una inmensa cantidad de bandidos, traficantes y secuestradores que, bajo los nombres de Maras, azolaron primero la ciudad de los Ángeles, en los EEUU y luego toda Centroamérica. La Mara que tenía bajo su control a El Salvador se hacían llamar Salvatrucha y hoy casi todos sus miembros se encuentran encarcelados en la Mega Prisión que Bukele construyó en tiempo record, con el propósito exclusivo de confinarlos y aislarlos.

Durante la administración Reagan y de la mano del tristemente célebre coronel Oliver North, toda la delgada franja de Centroamérica que comprende los estados de Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador sufrieron los rigores de una guerra fratricida fríamente programada desde la oficina oval y manipulada por contratistas y mercenarios americanos, con la intención de “instalar la democracia en Centro América y librarla del flagelo del comunismo y las drogas”, según la narrativa oficial norteamericana. La iniciativa fue conocida también como la “Guerra a las Drogas” y de allí se extendió a todo el mundo con resultados francamente deplorables.

Ese conflicto interno en Centroamérica dejó decenas de miles de muertos entre estos pueblos hermanos y obviamente, centenares de miles de viudas y huérfanos. Las viudas se quedaron en sus pueblos originarios y los jóvenes se marcharon al norte, a los EEUU, a los Ángeles y otras ciudades de California. Casi niños, ignorantes y totalmente desamparados llegaron en busca de oportunidades, trabajo y pan. En los barrios periféricos de Los Ángeles ―donde llegaron a malvivir―, encontraron un ambiente hostil, dominado íntegramente por pandillas afroamericanas que les asediaban y robaban.

Los jóvenes centroamericanos, virtualmente acorralados, encontraron la forma de protegerse, organizando, entre ellos, pequeños grupos que denominaron “clicas” o “gangas” ―neologismo inventado a partir del inglés para nombrar a una gang o pandilla―, a imitación de las locales.

La reproducción del “modelo” resultó tan exitosa que pronto las gangas afroamericanas fueron erradicadas y sus miembros asesinados y desalojados de sus barrios. Crecieron exponencialmente adquiriendo identidad propia y comenzaron a llamarse Maras, de la cual la Salvatrucha ―en alusión a El Salvador―, se convirtió en la más violenta y peligrosa, aunque no la única.

Con el correr de los años crearon tal espiral de brutalidad y violencia en las calles de San Francisco y Los Ángeles, que terminaron por llamar la atención del Gobierno Federal, el que optó por su deportación masiva.

Su regreso a los países de origen desembocó en las cifras de inseguridad, desempleo, atraso social y penurias económicas en todo Centroamérica, situación que todos conocemos. La llegada de Bukele a la presidencia de El Salvador cambió ese aterrador panorama. Hoy, más de cincuenta mil “mareros” permanecen confinados en la Mega-cárcel, juzgados y sentenciados.

El brutal experimento de Reagan de “exportar la democracia a Centroamérica” ha tenido éxito, aunque en forma tardía e inesperada, mediante la implantación de una especie de “ingeniería social inversa”.

Bukele ha resultado reelegido y sus exitosas políticas de pacificación del país (a la salvadoreña,) son aprobadas por la casi totalidad de sus ciudadanos. Washington mira de reojo, casi sin creerlo, buscando un resquicio por donde “colar” un nuevo experimento. ¿Qué se les ocurrirá exportarles ahora?

Coletilla: Y llegará el día en que nadie podrá pensar, ni hablar, ni decir nada, porque todo será ofensivo, dañino o inmoral; o podría llegar a serlo. Y allí es donde está el verdadero problema.

Gabriel Taborda                                                                                                                                                                                              eminen51@yahoo.com

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