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Como lo anticipáramos en nuestro artículo de enero pasado, este año medio mundo asistirá a las urnas y no es una exageración. Ya muchos países han realizado sus citas electorales, algunos con resultados poco sorpresivos como el caso de Rusia que reeligió, por un periodo más ― ¿el sexto?―, a Vladimir Putin.

En lo que resta de año tendremos otras, las más esperadas, por supuesto, las de EEUU y Mexico, pero de eso nos ocuparemos en otro momento y por ahora, enfoquémonos en las de Venezuela.

Viéndolo desde una óptica estrictamente práctica, qué sentido tiene, en este momento, realizar elecciones presidenciales en Venezuela cuando un tercio de su población se encuentra en el exilio y el resto desperdigado por los vericuetos de la desinformación, la inseguridad, el desempleo y la escasez de alimentos y medicinas o, por el contrario, con una fracción importante de esa población, coaligada con el actual régimen, comprada con pequeños trozos de comida o por un empleo donde nada hacen, aparte firmar diariamente la hoja de asistencia para recibir, de vez en cuando, un exiguo cheque que les servirá para cubrir, por unos pocos días, sus necesidades familiares.

No creo que convocar elecciones presidenciales en Venezuela, en este momento, sea un buen comienzo para solucionar la aguda crisis ―en todos los sentidos― por la que atraviesa este malogrado país. Tampoco estoy diciendo que no haya necesidad de hacer cambios urgentes y radicales.

El mal momento por el que atraviesa Venezuela tiene sus raíces profundas y variadas (recientes y de larga data) y no entraremos a analizarlas ni mucho menos a juzgarlas, aunque las causas que la llevaron a sumergirse en ellas permanecen allí, sin cambio alguno y sin que ninguno de sus dirigentes las mencionen ni hagan nada para reformarlas.

Los venezolanos vivieron durante la segunda mitad del siglo XX como auténticos jeques en la nación petrolera más rica del mundo: El Bolívar, su moneda de curso legal, llegó a tener paridad con el dólar y un litro de gasolina costaba un centavo de dólar. No había industrias, diferentes a las petroleras, y todo cuanto consumía el país se importaba y subsidiaba. Vivieron bajo la maldición de la riqueza de sus recursos naturales, que también incluía la bauxita, materia prima del aluminio, el oro, el carbón, el hierro y por supuesto, el petróleo. Aún hoy, los minerales más explotados allí son hierro (17 %), oro (29 %), carbón (40 %) y bauxita (38 %). Sobre el petróleo, no tengo datos confiables. Por lo anterior, surge una pregunta, ¿cómo es posible que un país con tanta cantidad de riquezas pueda hoy estar en tales condiciones de pobreza?

La solución de los problemas en Venezuela está en manos de ellos mismos y sobre todo en las de la mal llamada “Oposición”, montonera de ambiciosos delirantes que no tienen como norte el bienestar de sus compatriotas sino el suyo propio. Un paso al costado de los ambiciosos de siempre y el llamamiento hacia un “Gran Acuerdo Nacional” para dejar claras las reglas de juego hacia una transición democrática, antes que esas elecciones, conducirían al país hacia un mejor camino. Los conflictos nunca se terminan, se solucionan y se transforman.

Hoy, esa misma oposición, la de siempre, ―la montonera de ambiciosos delirantes―, ha seleccionado inesperadamente a Don Edmundo González, persona desconocida totalmente para la mayoría de los venezolanos, como su candidato presidencial. Diplomático jubilado y sin ninguna aspiración política, la “Oposición” lo ha “puesto” en primera línea de batalla para enfrentarse a Maduro, sin siquiera consultar al pueblo que dicen representar.

Sería estupendo que Don Edmundo lograra derrotar al inefable de Maduro, pero, ¿y después? Después, lo más seguro, es que llegaría Biden o Trump a dictarle a Don Edmundo su agenda política y económica, mientras la “Oposición”, la de siempre, ―la montonera de siempre―, se frotará jadeante las manos, en espera de las migajas de recompensa y el pueblo, nuevamente, quedará esperando los cambios urgentes por los que votó confiada.

Es un juego de nunca acabar. Venezuela lleva en su ADN la maldición de sus recursos naturales por lo que, si no es Biden o Trump, serán Putin o Xi Ying Ping. Cualquiera de ellos, por sus recursos naturales llegarán y serán los mismos de siempre, los de la “Oposición” jadeante, quienes los recibirán.

Coletilla: Uno de los problemas fundamentales de las modernas democracias es que le han dado el derecho de palabra a una legión de imbéciles.

Por: Gabriel Taborda                                                                                                                                                                                                                      eminen51@yahoo.com

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