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Aviñón, la hermosa ciudad francesa incrustada en los Alpes de Provenza-Costa Azul ―en la margen izquierda del río Ródano―, tiene la extraordinaria facultad de producir grandes hechos históricos. Está situada a 650 km de París y 80 de Marsella y su arquitectura desde lejos, cuando se llega en auto, es muy parecida a la de Florencia.

Siempre pensé que lo más notable que ofrecía esta ciudad era haber servido como Santa Sede y residencia papal desde 1309 hasta 1377 en lo que se conocería históricamente como El Papado de Aviñón, pero hoy veremos con sorpresa que no es así. Es en Aviñón donde se celebró el juicio que terminó con la vida de Jacques de Molay, Gran Maestre de la Orden del Temple y los demás caballeros templarios, acusados de sacrilegio contra la Santa Cruz, simonía, herejía e idolatría. El juicio fue ordenado por el Rey Felipe IV, El Hermoso y ejecutado por el Papa Clemente V.

Siempre pensé ―decía― que nada igualaría a este hecho portentoso. Hasta esta semana en la que, casualmente, terminó un juicio que involucró 51 hombres de edades variadas y una mujer de 72 años, Gisèle Pelicot, ama de casa y abuela; entre los 51 condenados se encuentra Dominique Pelicot, esposo de Giselle.

Ninguno de ellos posee algún título nobiliario; ninguno tiene apellidos notables ni es adinerado y todos, incluida la mujer, son personas ordinarias, comunes y corrientes, aunque el juicio como veremos, será recordado ―como el de los Templarios― como un caso emblemático de esta ciudad.

Los detalles todos los conocemos: Giselle fue violada durante más de una década por más de setenta hombres de todas las edades que reclutaba su marido, Dominique Pelicot, mientras la mantenía drogada. Reclutaba a sus violadores entre los vecinos más próximos, entre sus amigos, entre personas del círculo cada vez más amplio de violadores y con ellos compartía fotografías, imágenes de otras mujeres al igual que instrucciones para hacerles lo mismo a sus esposas. A ellos también los filmaba. Durante la investigación y el proceso solo pudieron ser localizados 50 de estos monstruos. El resto ―ni el mismo marido sabe cuántos―, no pudieron ser encontrados.

Pues bien, esta semana se conoció la sentencia: Dominique Pelicot fue sentenciado a 20 años de cárcel y el resto a penas ínfimas cuya máxima es de 5 años. Algunos ni siquiera tendrán que ir a prisión puesto que el juez considera que los días que han permanecido detenidos, durante la investigación, ya es suficiente.

Por qué esa distinción en el castigo a estos monstruos, es algo que no he podido aceptar. Entre los oscuros vericuetos del derecho penal existen circunstancias excepcionales que hacen que las penas sean

discrecionales frente al delito, pero, ¿no es un crimen horrendo abusar de una mujer en total estado de indefensión, arrebatada su consciencia por un poderoso somnífero y en connivencia con el propio marido de la víctima, quien aparentemente debería protegerla? ¿Qué diferencia existe entre el marido y el violador convidado, un par de monstruos de igual naturaleza?

Creo ―y espero no estar solo en esa opinión―, que la misma pena que le dieron a Dominique Pelicot, debería ser compartida por el resto de perpetradores. ¿Por qué? Porque aquellos, como éste, intervinieron en el mismo acto ―violar a una mujer indefensa―; participaron en el mismo crimen y compartieron el mismo “cuerpo del delito” que, aunque parezca cínico, era el cuerpo de Giselle Pelicot. Ningún otro, como el de Giselle, ha sido el más inocente.

La razón que tengo para pensar que este juicio marcará un hito en la historia de la ciudad de Aviñón es porque desde allí una mujer ―Giselle― ha revertido la vergüenza que habitualmente se revela en este tipo de causas: el ofensor enseñando la cara y su víctima ocultándola. Ella los ha visto a la cara y los ha escuchado esgrimir todo tipo de excusas, desde que no eran culpables porque fueron a su casa atraídos por su marido hasta que pensaron que era “sexo consentido”, nada más grotesco.

El juicio ha conmocionado profundamente a Aviñón, a Francia y a muchos en el mundo y la figura de Giselle se revela, para el futuro, como el rostro de la dignidad de las mujeres frente el abuso y la violación.

Coletilla: El aleteo de una mariposa en un jardín de Aviñón puede provocar un tsunami en la ciudad de New York.

Por: Gabriel Taborda                                                                                                                                                                                Eminen51@yahoo.com

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