“El tiempo en la redacción es el verdadero tirano del periodismo”, decía un célebre columnista del diario The Times de Londres, durante la época en que los periódicos impresos aparecían en dos ediciones ―en la mañana y en la tarde― y sus directores les daban plazos perentorios a los periodistas para entregar sus trabajos. La noticia, decían aquellos “mártires de la información” es como la sombra de un vampiro: tan pronto esta de frente como detrás de ti; por eso hay que perseguirla con paciencia.
Al momento de escribir estas cuartillas se va a iniciar la Convención Nacional Demócrata 2024 en la ciudad de Chicago donde, sin ninguna duda, la señora Kamala Harris será proclamada como la candidata oficial del partido, algo que hace escasos 60 días era considerado un despropósito de dimensiones colosales que no pasaba por la mente ni del más avisado de los estrategas políticos del Partido Demócrata ni mucho menos del Republicano.
Pero pasó, porque como dicen algunos politólogos, “En política todo es posible”. Ahora es un hecho consumado y ya no debería prestarse a demasiadas conjeturas ni vórtices informativos. Será exaltada como candidata oficial y ya; eso es todo. Pero es que, en realidad, mi interés nada tenía que ver con el discurso de Kamala, el que por cuestiones de tiempo para despachar esta columna, no alcanzaré a presenciar.
Para mí, el motivo de interés de esa “Convención de Compadres y Comadres” que cada cuatro años se reúnen para comer como Nerones y beber como dromedarios, además de pasearse por los pasillos del Centro de Convenciones adoptando la pose de salvadores del Partido, de la Nación y del Mundo, mi verdadero interés, digo, era y sigue siendo el discurso de Biden, El Viejo Joe, aquel a quien esos mismos que se pasearán por esos pasillos esta noche lo obligaron a renunciar a su candidatura para un segundo mandato por estar demasiado viejo, por estar demasiado enfermo y además, por ser demasiado incapaz de llevarlos a un triunfo frente a la aplanadora de Trump.
Quería presenciar el discurso de despedida de un hombre que estuvo en la política norteamericana por más de cincuenta años tratando de servirle a este país. Y digo, tratando y no sirviéndole, porque muchas, muchas veces, ha estado equivocado y ahora, al final de sus días como presidente de los norteamericanos, más equivocado que nunca. Cuesta trabajo aceptarlo y algunos dirán que no, pero es una realidad visible y lamentable.
Dejaré a otros el inventario de sus desaciertos pero ahora, mientras las serpentinas de la convención caen y las fanfarrias ensordecen, pienso en el Viejo Joe, sentado en uno de los camerinos, poniéndole la cara a las maquilladoras para que “saquen” su mejor perfil, uno de hombre maduro y seguro de sí mismo, sin que se le note mucho el abismo de sus arrugas y lo patético de su mirada, ahora más extraviada que nunca.
Me lo imagino en el camarín, esperando el anuncio para su turno en el escenario, con algunos papelitos enrollados en la mano para que le sirvan de guia cuando se pierda del telepronter, su llegada al escenario dando saltitos de gacela herida, ahora dos, luego un par de pasitos cortos y luego tres saltitos más, los que, según él y sus asesores, lo harán ver más juvenil, más “fresco” … qué lástima.
En otro lugar del mismo edificio, imagino a la señora Harris, tensa, la mirada puesta en un lugar imaginario, concentrada para poder recordar el momento exacto en que debe dejar de sonreír, en que debe señalar arriba, abajo, el momento preciso cuando debe subir el tono de la voz y parecer enfática, decidida, valiente… la preparación de un sainete bien elaborado. Nada debe fallar. Como en los circos grandes y famosos, primero el show.
Así, en esos asientos preferenciales del primer piso de la Convención y en los palcos atiborrados de una multitud hartada de hotdogs, cerveza y Coca Cola, se jugará el destino del partido Demócrata y también ―por qué no―, del mundo. Nadie sabe.
Esta vez le corresponderá el turno a la señora Kamala. El señor Trump, ya tuvo su propio circo hace poco. Pero eso tampoco importa. Lo que importa es que desde estas carpas gigantescas, con payasos jóvenes y payasos viejos ―a punto de retiro―, delante de una multitud que ignora donde queda Ucrania o cuál es la capital de Rusia, es donde se juega el destino del mundo. Qué lástima…
Coletilla: Al pájaro madrugador le podrá corresponder la lombriz, pero es el segundo ratón el que se queda con el queso.
Gabriel Taborda