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Este año ―bisiesto, por cierto―, se inicia con los ingredientes servidos para un fatal banquete de destrucción y guerras que tanto desean los llamados Líderes Mundiales.

Razón de más para que los profetas del desastre lo anuncien con tanto celo. Y es que ese fatídico número de días que traen los años bisiestos, 366 en total, ya de por sí se presta para que los “numerólogos” y adivinos le atribuyan significados nefastos desde tiempos inmemoriales.

Bisiestos fueron 2020, año de la pandemia mundial por coronavirus y 1912, año del hundimiento del Titanic y bisiesto también, entre los que recuerdo, 1792 cuando fue puesto en servicio en la Francia Revolucionaria el muy democrático aparato llamado Guillotina. En fin, que para los males que ya tenemos y los que nos esperan durante 2024, no importa si el año es bisiesto o no.

Lo que hoy nos ocupa, en realidad, es la intensa actividad electoral durante este año en el que están previstos más de 80 comicios electorales alrededor del mundo y que darán cita a unos 4.000 millones de votantes, los que tendrán en sus manos algún tipo de decisión para incidir en el futuro de sus países. Como año bisiesto, será recordado como uno de los de mayor actividad electoral durante muchos años. Solo en América se prevé que electores en El Salvador, Estados Unidos, México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Venezuela acudan a las urnas para elegir a sus mandatarios.

A pesar de que este intenso ejercicio electoral podría parecer un indicio positivo para la democracia, algunos expertos aseguran que hay motivos para preocuparse. Por todo el mundo han surgido desafíos a este sistema político, grandes migraciones, conflictos internacionales, crecientes brechas económicas y polarización extrema.

No pensaría que fuera una información destacada de no ser porque, hablando de Democracia, mi desencanto con este sistema político viene en crecimiento desde hace ya largos años hasta el punto de que hoy, cuando la menciono, me imagino un mero método de elección popular en el que se convoca a ciudadanos, muchas veces analfabetas y sin conocimientos del papel que están representando, para que cumplan un rol asignado en la constitución.

Sin excepciones en cuanto a la importancia del país de que se trate ―EEUU, Italia, Francia, Venezuela, Colombia, Rusia, China, etc.―, los electores van a las urnas (son llevados) engañados por los políticos de turno que, con agendas propias, muchas veces contrarias a los intereses generales, utilizan a los medios de comunicación para vender, a un alto costo, los folletos que contienen sus presuntos objetivos. Ya en el poder, la noción griega de Demos, pueblo y Kratos, poder se pierde y el kratos pasa a manos de unos pocos, y el demos relegado al papel de simple espectador. Eso no es Democracia.

Pero ―me dirán algunos―, ¿entonces qué propones? Yo no propongo nada, no tengo nada qué proponer. ¿O acaso es que estamos en un régimen democrático, en donde la voz de un ciudadano será tomada en cuenta, será escuchada? No; lo único que insinuaría sería que las leyes que determinan la legitimidad de un régimen democrático sean respetadas.

Que un presidente de un país, por poderoso que sea, no tenga oportunidad de declararle la guerra a otro e invadirlo, sin consultar antes al Congreso, en donde se supone que deben estar los representantes del pueblo que los eligió. ¡Ah, pero olvidaba que quienes los eligieron, son ignorantes o analfabetas!

Coletilla: Cincuenta por ciento de la gente no vota y cincuenta por ciento no lee los periódicos… espero que sera el mismo cincuenta por ciento.

Gabriel Taborda                                                                                                                                                                                      eminen51@yahoo.com

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