Hoy, en el 24.º aniversario de aquel terrible día en que Estados Unidos, en la era moderna, sufrió por primera vez un ataque basado en sus relaciones con el exterior, y al mismo tiempo lamentando el asesinato sin sentido ayer del líder conservador Charley Kirk, no hay mejor día para plantear un problema que debe abordarse de inmediato si queremos evitar una guerra civil y vernos envueltos en guerras en territorio extranjero. No se trata de embellecer nuestro pasado, sino de abordar los fracasos del presente. Recientemente, leí una carta en el New York Times de Brad Carty, de Wexford, Pensilvania, donde el autor escribió: «Se habría considerado extremadamente antiestadounidense cuando se creó Disney World permitir que la gente se colara. Ahora parece lo más estadounidense que alguien podría hacer». Esta simple declaración, aparentemente jovial, ha grabado en ella la esencia del problema que enfrentamos hoy en Estados Unidos.
Éramos una nación de ideales nobles. Una nación de personas que se enorgullecían de obedecer la ley; una nación donde la virtud personal se valoraba, no se burlaba de ella; una nación donde se esperaba que la gente trabajara bien y recibiera un salario digno por su esfuerzo. La mentalidad de esa nación creó una enorme clase media que era la envidia del mundo. Pero la mentalidad de la nación comenzó a cambiar cuando muchos aceptaron que la gente podía usar cualquier truco disponible para alcanzar mayor riqueza, estatus social y poder. Muchos atribuyen este cambio a Ayn Rand,… Sigue leyendo




















