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Tal vez el título del presente escrito no sea el más adecuado para definir lo que, desde nuestro personal punto de vista, significa ser europeo en estos momentos. Y no tanto por tener una guerra ―injusta por donde se la mire―, hiriéndola mortalmente en el corazón, sino más bien por la calidad de los enfermeros que debieran estar cuidándola. Sería entonces más apropiado escribir, “pobres europeos”.

Y es que, en efecto, la calidad de la dirigencia europea para lidiar con los problemas que aquejan a sus ciudadanos y la manera olímpica como manejan sus asuntos, ―desde la economía, su sistema sanitario y sus políticas migratorias, hasta su participación en la guerra entre dos países que, hasta la presente no pertenecen ni a la Unión ni al organismo de defensa de la región―, es por decirlo de manera suave, irresponsable.

Bien sabido es que, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa se encontraba devastada y Alemania destrozada. Si bien Francia y el Reino Unido resultaron oficialmente vencedores, también sufrieron importantes pérdidas que dejaron arruinadas sus economías. Se producen, en consecuencia, diferentes acuerdos entre países de la región igualmente afectados como Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, favoreciendo el intercambio de materias primas lo que concretaría en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), célula embrionaria de la actual Unión Europea. La historia completa se puede encontrar fácilmente en Internet, por lo que no nos detendremos en este tema.

Lo que en realidad nos resulta odioso es el comportamiento ―público y privado― de los representantes de esta, ahora, numerosa comunidad, a quienes los ciudadanos de la Unión han elegido y les han delegado el sagrado compromiso de velar por sus intereses ―su vida, sus bienes, su salud, su integridad territorial, etc.― y la manera como aquellos corresponden a estos compromisos.

Ver una sesión de trabajo de los delegados de la Unión Europea (que tiene su sede en Bruselas y que es donde se debaten los intereses de los ciudadanos de la Unión), es el equivalente a observar una gala de premios de las mejores películas del año, incluidas, ―cómo no―, aquellas de romance y terror.

Sus directivos, Charles Michel, Úrsula von der Leyen y Roberta Metsola, siempre luciendo amplias sonrisas, repartiendo besos a diestra y siniestra y siempre vestidos con costosos modelos de Chanel, Dior o Versace, más parecen estar asistiendo a un cóctel de modas que a una discusión sobre, por ejemplo, los miles de millones de sobrecosto que pagaron los ciudadanos de la Unión, a la farmacéutica Pfizer, durante la reciente pandemia de Covid 19 y por lo que se encuentra bajo

investigación judicial la presidenta de la Comisión, Úrsula Von del Layen. (www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2023/02/14/63ebbf2fe4d4d8f36c8b4591.html).

O tal vez observar al presidente del Consejo, Charles Michel, con igual desparpajo y soltura, despojar del servicio universal de salud a los ciudadanos de la Unión que no se encuentren en posibilidad de pagar las altas primas de seguros médicos que esas mismas elites políticas han negociado con empresas prestadoras de servicios médicos, a sabiendas de que, con estos contratos, dejarán por fuera de cobertura a los millones de ciudadanos europeos más vulnerables.

O tal vez con la cara de concreto de la directora del Banco Central Europeo, Christine Lagarde ―la más modista de todas―, quien después de haber sido condenada en 2019 por el desvío de fondos públicos siendo la Directora del Fondo Monetario Internacional (www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-38370099), fue después “premiada” con el más alto cargo en la entidad que gobierna la política económica de la Unión Europea y que impone las tasas hipotecarias a los deudores de crédito de vivienda, es decir, a los ciudadanos de a pie, como usted o yo.

Esta señora es la misma a quien le adjudican la lapidaria frase “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global”, frase que sería ásperamente desmentida por ella misma y que ha pasado a la historia como una verdadera “perla del neoliberalismo globalista”.

Esos mismos dirigentes son los que tienen a Europa sumida en una espiral de gastos para continuar financiando la guerra entre Rusia y Ucrania, misma en la que Europa no tiene “ni cabos ni velas”, mientras sus ciudadanos padecen los rigores del alza de precios del gas, los alimentos y la salud. Lo ideal sería que se ocuparan en buscar una salida decorosa a este conflicto que ha cobrado la vida a decenas de miles de jóvenes ucranianos y que ha enviado al exilio forzado a otros tantos miles, evitando de esta manera participar en esta horrible carnicería. Pobres europeos.

Coletilla: La inteligencia artificial no se iguala con la estupidez natural.

Gabriel Taborda                                                                                                                                                                            eminen51@yahoo.com

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