“La vieja idea de que el periodismo debe ser neutral y no tomar nunca partido por ningún bando es simplemente basura. Como periodista, tu neutralidad e imparcialidad debes ejercerla desde el lado de los que sufren”. Así se expresaba el veterano periodista británico Robert Fisk fallecido en noviembre de 2020 en el documental This Is Not A Movie (Esto no es una película) del director Yung Chang, que giraba en torno a la figura de este legendario corresponsal británico en Oriente Próximo, planteando la compleja relación entre el periodismo y la verdad.
La guerra declarada por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu contra el grupo terrorista Hamas en la franja de Gaza después de que este grupo perpetrara la infame matanza de civiles israelíes el pasado 7 de octubre, ha metido al pueblo norteamericano en la espiral de contradicciones que han surgido en todo el mundo por el rigor de la respuesta Israelí a dicho ataque.
Desproporcionada o no ―de eso se encargarán de dar cuenta la historia y los tribunales internacionales―, el sabor que queda es amargo dada la inmensa cantidad de inocentes asesinados durante las acciones de respuesta de Israel. Hamas asesinó a 1.100 israelíes y tomó como rehenes 250 personas. La respuesta israelí es de más de 22.700 palestinos muertos, 58.000 heridos y casi la mitad de su población desplazada. Quienes sobrevivieron a los ataques de Hamás y quienes escapan de las bombas de Israel sufren las consecuencias de una guerra de la que no se vislumbra un final.
Estados Unidos, como aliado incondicional de Israel y rector de las políticas de guerra y paz en el Cercano Oriente, ha sido incapaz de cesar el desangre de civiles en esa guerra y de solucionar, de una vez por todas, el conflicto que pesa desde hace más de 70 años en esa tierra crispada de odios y venganzas ancestrales. La solución, todos lo saben, es la creación de los dos Estados, Israel y Palestina, que tienen la obligación y el derecho de compartir aquel pedazo de tierra cuasi-estéril.
El rastro de sangre que ha dejado la indecisión, tanto de Estados Unidos como de británicos y europeos para fijar los límites de las discusiones en esta materia, es, por decir lo menos, vergonzoso. Y como es común en todas las discusiones donde la política exterior norteamericana esté presente, “somos culpables de lo malo y conspiradores contra lo bueno”. De allí que no pasará mucho tiempo antes de que los exaltados de Hamas, Hezbolla, Al-Fattah y todas las demás guerrillas de ese pelambre, nos pases la cuenta de cobro en la forma de ataques terroristas.
Cuando nos hacemos la pregunta, “¿por qué nos odian?”, estamos esquivando la responsabilidad de nuestros dirigentes para tratar, como es debido, la resolución de un conflicto de esta naturaleza que mantiene en tensión injusta y en estado de guerra permanente a un país que merece vivir como un estado civil moderno, sin leyes de reclutamiento militar obligatorio para sus jóvenes y sin presupuestos estratosféricos para su defensa. Ese país se llama Israel y la paz de Israel pasa, inevitablemente, por el reconocimiento del Estado Palestino. Como Robert Fisk, hoy decidimos que nuestra imparcialidad la ejerceremos desde el lado de los que sufren.
Coletilla: Que la Paz reine en los corazones de todos durante este nuevo año 2024.
Gabriel Taborda eminen51@yahoo.com