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Megan Rose es una destacada periodista norteamericana que trabaja para la Organización de Periodistas de Investigación, sin ánimo de lucro, ProPublica, con sede en Nueva York.

Ha ganado varios premios de modo individual y muchos otros de forma colectiva, como el Premio Nacional de Revistas de Periodismo, el Seal, (acrónimo de Organización para la defensa del Medio Ambiente, también conocidos como Premios Ellie), el George Foster Peabody y el más conocido y prestante de todos ―en mi modesta opinión―, el Pulitzer.

Tan reciente como el 15 de junio pasado, Rose publicó el informe titulado Threat in Your Medicine Cabinet: The FDA’s Gamble on America’s Drugs (Una amenaza en su botiquín: la apuesta de la FDA por los medicamentos estadounidenses), el cual contiene datos escalofriantes sobre las medicinas que estamos consumiendo. El artículo completo se puede leer en https://www.propublica.org/article/fda-drug-loophole-sun-pharma.

Hemos estado acostumbrados a quejarnos ―y con razón― por los elevados costos que pagamos por nuestras medicinas y tal vez debido a eso el foco de interés nunca antes fue su calidad que, por descontado, dábamos como excelente, quizás por esa engañosa relación costo-calidad. Como se verá, esta parábola no siempre se cumple.

En dicho artículo Rose, destaca que la FDA dio una autorización especial a más de 20 fábricas extranjeras para seguir enviando medicamentos a Estados Unidos, a pesar de que fueron fabricados en plantas que la agencia había prohibido anteriormente por razones de mala calidad.

Esos medicamentos provenían ―en su mayoría― de plantas en la India donde los inspectores encontraron lotes contaminados, laboratorios sucios y registros falsificados. La FDA no informó oportunamente al público ni realizó pruebas más exigentes a estos medicamentos para garantizar que su consumo fuera seguro.

Así, informes sobre productos de la planta Sun y otras dos administradas por la farmacéutica india Intas Pharmaceuticals describían medicamentos con un sabor, olor o residuos anormales o pacientes que habían experimentado problemas de salud repentinos o inexplicables.

En sus informes internos la FDA califica estos casos con el sibilino nombre de “eventos adversos”, que no es otra cosa que una reacción negativa al consumo de medicamentos mal elaborados o adulterados.

Los informes citan alrededor de 70 hospitalizaciones y nueve fallecimientos aunque estas cifras son conservadoras. El reporte de ProPublica limitó su recuento a los informes que vinculaban los problemas con un solo medicamento, sin embargo, el número total de quejas ante la FDA que mencionan medicamentos con problemas asciende a miles.

La forma en que Estados Unidos terminó en esta situación —jugando un juego de azar con medicamentos riesgosos, fabricados a miles de kilómetros de distancia— es la historia de una agencia ―la FDA― que presionó incansablemente para mantener el suministro de medicamentos genéricos, de bajo costo, aun cuando sus propios inspectores advirtieron que algunos de esos medicamentos representaban una amenaza potencialmente letal para el público estadounidense.

La gran mayoría de las recetas que se dispensan en el país son de medicamentos genéricos, desde penicilina hasta anticoagulantes y anticonceptivos de emergencia, y muchas provienen del extranjero, como India y China. Durante años, la FDA ha avalado la calidad de los genéricos, asegurando al público ―en comunicados de prensa, discursos y campañas en redes sociales―, que son tan seguros y eficaces como los medicamentos de marca.

Sin embargo, las quejas no dejan de aparecer. Una persona que tomó clonazepam de Intas Pharmaceuticals, un sedante antiepiléptico, reportó sufrir descargas eléctricas en el cerebro y sus dientes se tornaron de color azul brillante debido a la capa de tinte del medicamento.

Antes de que la FDA suspendiera otro antidepresivo, el bupropión también de Intas Pharmaceuticals, los consumidores informaron que les causaba malestar, no siempre era eficaz y tenía un olor anormal, lo que según los farmacéuticos puede suceder cuando un ingrediente inactivo se descompone.

En la década de 2000, ante el aumento vertiginoso del precio de los medicamentos de marca, la FDA comenzó a aprobar un gran número de genéricos. Sin embargo, la agencia otorgó cientos de esas aprobaciones a fabricantes extranjeros que ya habían tenido problemas.

Lo cierto es que nos encontramos en una especie de callejón sin salida. Por un lado, medicamentos que no sabemos de dónde provienen ni bajo que estándares son fabricados, son vendidos para nuestro consumo a precios exorbitantes y por el otro, la agencia que debiera respondernos por su calidad y precio ―la FDA―, es ineficaz para hacerlo. Allí queda este mensaje para nuestro flamante Secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr.

Coletilla: El tiempo de arreglar el tejado es cuando brilla el sol.

Por: Gabriel Taborda                                                                                                                                                                                        eminen51@yahoo.com

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