Nos equivocamos. Cuando el impresentable régimen de Maduro accedió a las solicitudes de Washington para llamar a elecciones generales como requisito indispensable para aliviar las sanciones que pesan sobre su economía, todos —o casi todos— pensábamos que también se habían negociado acuerdos para, caso de una eventual derrota del “Chavismo” se produjera una salida fácil de la cúpula gobernante hacia algún país de exilio dorado, Francia por ejemplo, especialista en brindar asilo a sanguinarios sátrapas —Duvalier, de Haití o Idi Amin Dada, de Uganda, por ejemplo—, con la firme condición de que trajeran sus fortunas a bancos parisienses.
Pero no fue así… Y no fue así porque, en primer lugar, en el momento de perfeccionar los acuerdos para llamar a elecciones en Venezuela, los operadores políticos encargados por Washington para “apretar” a Maduro y persuadirlo a que diera ese paso, se encontraban más preocupados de que Biden se mantuviera despierto y de pie en los mítines de su fallida candidatura presidencial, que fijarse en “minucias” que consideraban obvias, como era un triunfo nítido de Maduro, con quien deseaban seguir negociando.
No fue así porque también Maduro se equivocó. Pensaba que ganaría por amplio margen y no tendría necesidad de justificar ese triunfo, el que seria avalado por los organismos internacionales asistentes a los comicios, como el Centro Carter, asistente permanente a las treinta y pico elecciones que se han efectuado en Venezuela en los últimos quince años. Por eso no pensó en la necesidad de una salida decorosa —y dorada— acompañado por sus incondicionales más próximos.
Se equivocó la oposición presentando a un candidato como Edmundo González, débil y en ocasiones indeciso. Siempre llevado de la mano por la vociferante María Corina Machado, más parece un muñeco de ventrílocuo que un aspirante presidencial. Siempre fue ella quien tomó la palabra y encabezo los mítines de campaña; es ella quien reclama para sí el triunfo en las urnas, lo cual provee evidencia de una campaña adelantada en cuerpo ajeno, algo muy mal visto en política; si se llegara a dar el caso de que Maduro aceptara su supuesta derrota y cediera el poder, seria ella quien gobernaría, algo que podría considerarse una flagrante usurpación de la voluntad popular y fuente segura de nuevas formas de violencia.
Aquí se hace necesario hacer un pequeño paréntesis para una aclaración: María Corina Machado no pudo presentarse a la elección presidencial porque previamente había solicitado a los Estados Unidos que intervinieran militarmente en Venezuela para derrocar por la fuerza a Nicolás Maduro. La Corte Electoral y los Tribunales de Justicia de Venezuela la inhabilitaron para presentarse a las elecciones y sobre ella recaen otros procesos pendientes —legales o no—, lo que agrega otros ingredientes tóxicos a este proceso electoral.
Por cuenta de estas equivocaciones, Maduro quedo montado en un tigre y si se baja, se lo come. Ni el, ni su compañero de fechorías Diosdado Cabello saldrán del Palacio de Miraflores fácilmente. No lo harán porque saben que si lo hacen, sin un acuerdo previo con Washington, les esperan largos años tras las rejas.
Una salida negociada, a estas alturas, se ve improbable. Los hechos son tozudos. María Corina Machado es el principal obstáculo para un acuerdo razonable, ya que técnicamente, ella no es la candidata ganadora y no debe ser ella quien reclame tan furiosamente ese hipotético triunfo. Debe cederle ese lugar al candidato oficial y ocupar su sitio como cabeza del Movimiento Político teóricamente ganador de esas elecciones.
La criminalización de Maduro y sus secuaces tampoco es de gran ayuda. Nadie quiere dejar el poder para ir a una cárcel y ningún acuerdo con la Machado lo descarta. El odio que esta le profesa a Maduro es inversamente proporcional al que aquel siente por esta: son posiciones irreconciliables.
Mientras tanto, los líderes de la izquierda latinoamericana, Lula, de Brasil, Boric de Chile y Petro, de Colombia, se reúnen para buscarle una salida a esta crisis. Venezuela lo merece. Latinoamérica lo necesita.
Coletilla: Nunca creas lo que no puedes dudar.
Gabriel Taborda eminen51@yahoo.com