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Seamos francos. Los días de Maduro en la presidencia de Venezuela, están contados. Se quedó sin opciones. Nadie quiere ―ni puede― tirarle un cabo de donde pueda agarrarse y su destino más seguro, si no aprovecha las últimas oportunidades que le quedan, serán una fría celda en una cárcel norteamericana o, por qué no, la muerte: al fin y al cabo hay una recompensa de 50millones de dólares por su cabeza. No tiene otra opción que desaparecer del foco internacional ―algo que ya está ocurriendo― y buscar un exilio dorado en algún país que esté dispuesto a proporcionárselo. Cuba o Rusia.
Cuba tal vez no; allí, por estos días, no encontraría nada. Mejor Rusia ―la exuberante Rusia―. Allí sí tendrá oportunidad de gastar la incalculable fortuna que ha logrado expoliar, durante todos estos años de pantomima insufrible, a un pueblo inexplicablemente permisivo, retraído, como ausente de todo cuanto le está ocurriendo. Tanto que millones han preferido dejar el país a pie y sin equipaje, sin norte y sin destino, antes que levantarse en franca oposición contra un régimen que los oprime.
Las caravanas de familias, con mujeres embarazadas y chiquitos apenas aprendiendo a caminar, aún se ven por las carreteras de Colombia, Ecuador, Perú y Chile. De un tiempo para acá, las caravanas se ven en ambos sentidos: los que apenas van y los que ya marchan de regreso. En ambos casos, la imagen es la misma: la cara del pesimismo, de la desesperación, del anhelo por hallar un lugar donde… Sigue leyendo















